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La democracia constitucional afronta su “ser” o “no sobrevivir” en tiempos de populismos. Y de poco sirven las discusiones académicas sobre la mejor definición populista o los debates bizantinos sobre el futuro de la democracia: la partida ya ha comenzado y la democracia tiene todas las de perder. Con sus verdades absolutas, teologías volitivas y señalamientos de fronteras y enemigos, el populismo acapara focos, estrategias y, también, sonoras victorias electorales. Sin embargo, todavía cabe plantar batalla y resolver la encrucijada: o, desde el constitucionalismo democrático se defiende que todo poder, incluso del pueblo como constituyente, está sujeto a límites para la salvaguarda de valores y derechos inviolables, o, con su conversión electoralista y autoritaria, la democracia –al no vincular el autogobierno colectivo con la autodeterminación personal en libertad y, en paralelo, al rechazar el universo internacional del derecho– deja de ser digna de tal nombre.
“To be” or “not to survive”, that is –right now– the question of constitutional democracy. Thus, it is not so important to focus on academic discussions about what is the true definition of populism: we are already playing the cards and our democracy is losing important battles. The populist movements are full of absolute truths, volitional theologies, and antagonistic frontiers with existential enemies, but they can also gain elections with simple solutions for our big problems. However, we should resolve our dilemmas and win the war: or, with the democratic constitutionalism, we defend that every power, even the constituent power, is limited for the guarantee of freedoms and inviolable rights of human beings and citizens; or the populism, with its electoral and authoritarian version of democracy (without self-determination on liberty and rejected the international universe of rule of law) will be the grave of this government of the people.
