Los migrantes han tendido a crear, allí donde se han instalado, grupos más o menos formalizados, organizados generalmente según el origen nacional o étnico, para dar respuesta a necesidades y anhelos diversos. En este sentido, las asociaciones se han constituido en un elemento clave en la articulación de la vida cotidiana del colectivo inmigrante. Un elemento clave que actúa a dos niveles: de un lado, en la relación entre la población inmigrante y las instituciones de la sociedad de recepción, en tanto que las asociaciones de inmigrantes se configuran como instancias de representación e intermediación política; de otro, en las relaciones al interior... (Leer más) del propio colectivo migrante que debe redefinir, a veces de manera conflictiva, su lugar social y sus relaciones intra grupo en el nuevo contexto de asentamiento. En uno y otro nivel, las asociaciones emergen como un espacio privilegiado para la mediación social y cultural. En efecto, las asociaciones se constituyen en instancias para la re-creación de la identidad, que los miembros del grupo (y los ajenos a él) pueden definir como religiosa, nacional, étnica o cultural; pero en estas organizaciones no sólo se expresan las identidades sino que, en tanto que la identidad es un proceso de construcción social, las asociaciones generan nuevos espacios desde los que se negocian y articulan los sentidos de las identidades en contexto migratorio. La música, la danza, la comida, la vestimenta, las prácticas religiosas o la lengua se convierten, así, en nuevos o renovados referentes de identificación, en formas de expresión de una comunidad no sólo imaginada, sino también reterritorializada.