Los discursos sobre la deuda toman prestado su vocabulario de los manuales de buenas costumbres. Por un lado, la falta, asociada al préstamo; por el otro, la virtud, asociada al ahorro. El acreedor acudiría así en socorro de su prójimo; el deudor expiaría sus errores al ritmo de sus pagos. La fábula es bonita, pero no tiene sentido. Sin duda, es hora de invertir la perspectiva.