Desde la crisis de 2007-2008, los intentos de los bancos centrales occidentales por reactivar la economía equivalen a acumular barriles de pólvora en una fábrica de cerillas. Con el fin de operar una inyección en el sector financiero, los grandes tesoreros han adoptado una política de tipos de interés mínimos o incluso negativos, a costa de unos profundos desequilibrios que preparan las condiciones de una nueva crisis.