Indonesia, orgullosa de su imagen de tolerancia, debe enfrentarse a un doble peligro: la corrupción –a mediados de julio, el presidente del Parlamento tuvo que dimitir tras hacerse público un intento de chantaje a una compañía minera– y el aumento del integrismo. Ignorado durante mucho tiempo, el islam rigorista, importado principalmente de Arabia Saudí, causa estragos. Aunque el dirigente de la milicia fundamentalista más poderosa, amenazado con ser arrestado, ha huido, la divisa del país, “la unidad en la diversidad”, se ve debilitada.