La mayoría de los escritos especializados ponen a la bioética como una disciplina contemporánea originaria de una cultura altamente tecnificada, cuya creación ha servido para ayudar a establecer controles al desarrollo indiscriminado de la tecnociencia, sobre todo en su aplicación descontrolada a la vida en sus diferentes expresiones, con mayor énfasis en la humana, sin plena consciencia de sus efectos sobre el futuro de nuestra especie. Esto quiere decir que con la bioética se plantea coadyuvar en la resolución de problemas propios de una sociedad con muchos recursos materiales, altamente intelectualizada, pero todavía con deficiencias jurídicas, condicionada por una moral sin valores, y con una concepción ética que, muchas veces, antepone la autonomía del hombre sobre el bien común, la justicia distributiva y la espiritualidad del paciente. Pero, ¿qué rol puede jugar en las sociedades no tecnificadas ni intelectualizadas como las nuestras, donde prevalece la pobreza, las fallas en el sistema jurídico, y en las cuales no se ha logrado constituir una concepción estructurada de la persona humana? Por otro lado, ¿será posible darle un nuevo sentido a la bioética desde una realidad como la nuestra marcada por las luchas sociales y políticas, emprendidas por colectivos sensibilizados y con una consciencia crítica de su situación?
Most of the specialized writings put bioethics as a contemporary discipline originated in a highly technological culture whose creation has helped to establish controls for the indiscriminate development of technoscience, especially in its uncontrolled application to life in its different expressions with greater emphasis on the human, without full awareness of its effects on the future of our species. Therefore, with bioethics it is intended to contribute to solving the problems of a society with many material resources, highly intellectualized, but still with legal deficiencies, conditioned by a morality without values, and with an ethical conception that often puts the autonomy of man above the common good, the distributive justice and the spirituality of the patient. But what role can be played in non-technician and non-intellectualized societies such as ours, where poverty prevails, failures in the legal system, and in which a structured conception of the human person has not been achieved? On the other hand, will it be possible to give a new meaning to bioethics from a reality such as ours marked by social and political struggles, undertaken by sensitized groups and with a critical awareness of their situation?