Carme Riera Guilera
En un mundo en el que la población de nuestras ciudades no hace más que aumentar, nuestras sociedades se vuelven más urbanas y, en cierto modo, menos conectadas con la naturaleza y con nuestras propias raíces.
La gente, entonces, siente a veces la necesidad de reconectar con el entorno y pertenecer a un sitio. Una forma de conseguirlo es recordar los escenarios, las situaciones, la gente y las aventuras de nuestra infancia, lo cual para muchos, al menos en España, supone un acercamiento a la naturaleza que actualmente resulta cada vez más difícil. En muchos lugares del Mediterráneo, los pinos, los campos sembrados, las viñas o los olivos han sido suplantados en gran parte por el asfalto y el turismo de masas. Algunos sitios, sin embargo, permanecen intactos. Mallorca, con sus olivos milenarios, ofrece un contraste único de paisajes, y una luz especial cuya exclusividad constituye un tesoro inestimable que debemos preservar cueste lo que cueste.