En un mundo en el que la población de nuestras ciudades no hace más que aumentar, nuestras sociedades se vuelven más urbanas y, en cierto modo, menos conectadas con la naturaleza y con nuestras propias raíces.
La gente, entonces, siente a veces la necesidad de reconectar con el entorno y pertenecer a un sitio. Una forma de conseguirlo es recordar los escenarios, las situaciones, la gente y las aventuras de nuestra infancia, lo cual para muchos, al menos en España, supone un acercamiento a la naturaleza que actualmente resulta cada vez más difícil. En muchos lugares del Mediterráneo, los pinos, los campos sembrados, las viñas o los olivos han sido suplantados en gran parte por el asfalto y el turismo de masas. Algunos sitios, sin embargo, permanecen intactos. Mallorca, con sus olivos milenarios, ofrece un contraste único de paisajes, y una luz especial cuya exclusividad constituye un tesoro inestimable que debemos preservar cueste lo que cueste.