Este artículo pretende ir más allá de ciertas perspectivas limitadas sobre la acción grupal y de esas orientaciones tecnocráticas y paternalistas que sin pudor buscan instalarse hoy en el ámbito del trabajo social. Por ello, lo que aquí reivindico es la necesidad de que los trabajadores sociales nos arriesguemos a probar y a experimentar nuevas metodologías a partir de las cuales fomentar y facilitar procesos de autoconocimiento y autoorganización de los grupos comunitarios. Es a partir de las dinámicas, de la acción de esos grupos y del impacto o efectos multiplicadores que muchas veces se derivan de ello como la red social se va convirtiendo en un continente más y más extenso del que fluyen nuevas y fecundas oportunidades vitales y convivenciales. Que lo reivindico no es una utopía o una falacia, sino que es algo práctico y posible si real e incondicionalmente creemos en este modelo de acción, es lo que aquí, con más o menos acierto, intento demostrar de la mano de la experiencia de un grupo de mujeres. Un grupo de mujeres que a partir de tomar conciencia de su propia realidad, iniciaron un viaje apasionante; el de transformar colectivamente esa realidad, siendo actoras y protagonistas de su propia historia, de su propio destino, de todo aquello durante tanto tiempo prohibido y vetado por los celosos guardianes del orden social