Ezequiel Miyashiro
El capital estético -constituido por rasgos fisionómicos, indumentaria y consumos culturales- opera como un mecanismo de discriminación estructural que reproduce desigualdades en el mercado laboral.
Los cánones hegemónicos de belleza (mediados por clase, género, raza y edad) estigmatizan cuerpos no normativos (gordos, racializados, trans, envejecidos), generando un círculo vicioso de fealdad oprimida: la exclusión laboral limita el acceso a recursos para ajustarse al canon, reforzando la marginación.
Estudios evidencian primas salariales para personas que encarnan ideales estéticos y severas penalizaciones para quienes los transgreden, con diferencias que superan el 30% en casos extremos. En el contexto argentino, la apariencia física es la principal causa de discriminación laboral.
Desde el Trabajo Social se propone desnaturalizar estos cánones, promover diversidad corporal y legislar contra la discriminación estética.