Escribo estas páginas desde la triste convicción de que la sociedad vasca está inmersa, todavía, en un proceso de degradación ética y de perversión de las reglas de juego democráticas, cuyos costos deberemos pagar durante mucho tiempo. No me refiero, solamente, a la persistencia brutal del terrorismo, del que no voy a hablar ahora, sino a la forma en que una buena parte de la sociedad se ha situado, durante demasiado tiempo, ante él, renunciando al ejercicio solidario de la ciudadanía y refugiándose en el «idiotismo moral» o en la indifereneia cobarde, porque ha pensado que la tranquila servidumbre es preferible a la peligrosa libertad. Mientras tanto, como alguien ha recordado plásticamente, «una cruz gamada se está formando entre nosotros».