En muchos países, las leyes que prohíben la discriminación laboral sólo amparan a una pequeña minoría de los trabajadores porque se circunscriben a categorías demasiado sintéticas como el sexo o el color de la piel. En la práctica, la discriminación es mucho más compleja porque emana de un orden social muy polimorfo y, en última instancia, de la identidad, que conforma las ideas y reglas predominantes que respaldan los empresarios y los trabajadores, sobre todo si no hay normas estatales al respecto (en ámbitos como la casta, la raza o la religión). Las formas de autoridad a través de las cuales se forja y transforma la identidad nacen fuera de la economía y funcionan tanto dentro como fuera de ella. Con este telón de fondo, Barbara Harris-White estudia cuáles son las mejores maneras para que los agentes institucionales y las fuerzas del mercado afronten el problema de la discriminación laboral.