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Madrid, España
El desarrollo y aplicación de las ciencias neurológicas y las tecnologías a ellas asociadas exigen tomar postura sobre su empleo en una sociedad que siga promoviendo los valores de libertad y justicia. Ello exige plantearse previamente desde el punto de vista teórico (científico, jurídico y moral) los objetivos y consecuencias de la captación de la actividad cerebral con ayuda de neuro-tecnologías apoyadas en dispositivos —invasivos o no— que la registran e interpretan con ayuda de inteligencia artificial y que, incluso, inciden en ella o la corrigen.
El almacenamiento y tratamiento de datos cerebrales con finalidades terapéuticas suscita enormes esperanzas y legitima justamente su empleo por razón de esa concreta finalidad; siempre con las cautelas necesarias, pues los derechos de las personas pueden quedar afectados. Ahora bien la cuestión suscita nuevas inquietudes en relación con la generalización del empleo de las neuro-tecnologías para otras finalidades; inquietudes como la de saber si basta con la libre aceptación de cada cual para ser sujeto pasivo de las mismas estimulada por las ventajas que prometen o si eso es algo sobre lo que la sociedad tienen algo que decir en la medida que esa sujeción puede afectar a la propia conformación de las relaciones sociales en muchas direcciones.
Se abren así interrogantes a su empleo en otros contextos y para otras finalidades, como la potenciación o mejora de capacidades; finalidades ya explicitadas desde posiciones transhumanistas o post-humanistas que obligan a dar respuestas colectivas y a nivel mundial.
Lo que está en juego no es sólo la libertad individual y concreta de cada una de las personas que ceden el conocimiento de su actividad cerebral a terceros; lo que está en juego es la posibilidad y el riesgo de que alguien (una empresa que gestione, organice y dirija el almacenamiento —y eventual minería— de los registros cerebrales de miles o millones de personas) pueda dominar o controlar una sociedad sobre la base del conocimiento de las debilidades, tendencias e inclinaciones de las personas que le han facilitado registros de su actividad cerebral. Que se lo han facilitado ya sea como un juego inocuo, ya sea con otras finalidades, que pueden acabar siendo empleadas para acabar no sólo y no tanto con la libertad misma de la persona, por sí misma, sino para influir o determinar las decisiones de la sociedad, de la democracia y del libre mercado.
El reto que el momento actual tiene por delante radica en cómo asegurar el máximo el aprovechamiento de las neuro-tecnologías y sus aplicaciones y, a la vez, evitar los riesgos que puedan derivarse de un mal uso de las mismas. La dificultad radica, entre otras cosas, en que estamos en un momento incipiente del uso de tales tecnologías; tan incipiente que en algunos casos todavía se circunscriben al campo experimental o de laboratorio, aunque empiezan a conocerse supuestos de empleo en la población.
The development and application of neurosciences and the technologies associated with them require a position to be taken on their use in a society that continues promoting the values of freedom and justice. This requires a prior theoretical (scientific, legal and moral) consideration of the objectives and consequences of capturing brain activity with the help of neuro-technologies supported by devices —invasive or not— that record and interpret it with the help of artificial intelligence and even influence or correct it.
The storage and processing of brain data for therapeutic purposes raises enormous hopes and rightly legitimises its use for this specific purpose; always with the necessary precautions, as the rights of individuals may be affected. However, the question raises new concerns in relation to the generalisation of the use of neuro-technologies for other purposes; concerns such as whether the free acceptance of each individual is sufficient to be a passive subject of these technologies, stimulated by the advantages they promise, or whether this is something about which society has something to say, insofar as this subjection can affect the very shaping of social relations in many directions.
This opens up questions about their use in other contexts and for other purposes, such as the enhancement or improvement of capacities; purposes already made explicit from transhumanist or post-humanist positions that require collective and worldwide responses.
What is at stake is not only the individual and specific freedom of each person who cedes knowledge of their brain activity to third parties; what is at stake is the possibility and the risk that someone (a company that manages, organises and directs the storage —and eventual mining— of the brain records of thousands or millions of people) can dominate or control a society on the basis of knowledge of the weaknesses, tendencies and inclinations of the people who have provided them with records of their brain activity. That they have provided it either as an innocuous game, or for other purposes, which can end up being used to end not only and not so much the freedom of the individual, per se, but to influence or determine the decisions of society, democracy and the free market.
The challenge facing us today lies in how to ensure taking maximum advantage of neuro-technologies and their applications and, at the same time, avoiding the risks that may arise from their misuse. The difficulty lies, among other things, in the fact that we are at an incipient stage in the use of such technologies; so incipient that in some cases they are still confined to the experimental or laboratory field, although cases of their use in the population are beginning to be known.
