«Lima es una demostración de de que no existen límites cognoscibles a loque la gente pueda soportar sin quejarse» (Guillermoprieto, 1990). Así escribía, en 1990, un periodista visitante cuando la inflación se disparaba enuna espiral sin control, la producción se desplomaba y miles de peruanoseran asesinados por la violencia política que algunos temían precursora deun genocidio. Menos notorios, entre el caos y la masacre de fines de ladécada de 1980, fueron los estertores de agonía del sistema de partidosque había dominado la política peruana durante la década anterior.