Un buen jurista ha de ser un buen contador de historias. Con unos hechos y unos argumentos ha de hilvanar y confeccionar unos documentos (demandas, escritos, recursos, etc.) basados en la verdad en el concepto, la propiedad en el lenguaje y la seriedad en la forma. Además, ha de hacer atrayente e interesante su discurso. Y luego, la puesta en escena: el pleito, el litigio, en el que la primera víctima del conflicto muchas veces suele ser la verdad. Porque como decía Aristóteles, «la verdad es una taza de dos asas» siempre puesta a disposición de quien la quiera buscar. Por eso, en resumen, el/la jurista ha de ser un creador, un alquimista del derecho (Gabriel García Márquez).