Y sucedió que un día, cualquier persona de cualquier edad y desde cualquier parte del mundo podía publicar en Internet. Bastaba un ordenador con conexión on line. Entonces, la llamada “red” se convirtió en la biblioteca universal más grande jamás construida, donde los autores casi siempre estaban dispuestos a conversar con uno, siempre y cuando estuviesen vivos. O libres.