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Irfan Hemani, Julia Voo
El poder cibernético afecta al mundo analógico de muchas maneras. En julio de 2022, The Times informaba de que el FBI había detenido a un agente chino, que formaba parte de un grupo de ciberespías apodado Turbine Panda, por el robo cibernético de la propiedad intelectual que posibilitó la creación del primer avión de pasajeros de fuselaje estrecho fabricado en China. En los días en que la noticia saltaba a los medios, Rusia continuaba con sus intentos de inutilizar la infraestructura ucraniana mediante operaciones cibernéticas. Los ataques rusos eran repelidos por heroicos esfuerzos ucranianos de ciberdefensa que han permitido mantener en funcionamiento el gobierno y la economía de Ucrania. En 2021, el FBI recuperó 2,3 millones de dólares en bitcóins obtenidos a través de un ransomware (ataque mediante secuestro de datos) al oleoducto Colonial que paralizó el suministro de combustible en Estados Unidos. En 2020, la Australian Signals Directorate encontró a los ciberdelincuentes que utilizaban la pandemia del Covid-19 para perpetrar estafas contra la población. Los recientes ciberataques contra una planta siderúrgica en Irán que provocaron un incendio físico, los intentos por parte de China, Rusia y otros Estados de remodelar las convenciones internacionales sobre el ciberespacio a través de Naciones Unidas, los esfuerzos de países tanto democráticos como autocráticos por ejercer un mayor control sobre internet o separarse del sistema global para evitar daños a sus ciudadanos, todo ello esboza el abanico de objetivos que persiguen los Estados –y las cuestiones políticas a las que intentan dar respuesta– mediante la utilización de su ciberpoder. Sin embargo, el concepto de ciberpoder sigue siendo mal entendido, y a menudo se utiliza como sinónimo de capacidad cibernética ofensiva o defensiva.
Las cuestiones políticas planteadas en relación con el ciberespacio son cada vez más numerosas y complejas, pero los analistas y los responsables…
