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Hameed Hakimi
La toma del poder en Afganistán por parte de los talibanes en agosto de 2021, después de solo unas semanas de intensos combates en el país, provocó una gran conmoción en todo el mundo. Veinte años después, las escenas de 2001 de los talibanes derrotados por la invasión militar dirigida por Estados Unidos contrastaban con las imágenes de miles de civiles afganos acampados en el aeropuerto internacional de Kabul para huir de su patria. A pesar de la horrenda violencia y de las innumerables vidas perdidas de afganos –y de extranjeros– a lo largo de dos décadas, un Afganistán transformado, con una nueva cohorte de jóvenes, retrocedió en el tiempo cuando los combatientes talibanes entraron en el palacio presidencial de Arg en Kabul el 15 de agosto de 2021.
La atención de los medios de comunicación se centró en los aviones militares estadounidenses y de otros países aliados, atestados con sus ciudadanos varados en Afganistán y con aquellos afganos lo suficientemente afortunados como para coger un vuelo. Pero cuando estos vuelos de evacuación concluyeron a finales de agosto, la atención del mundo se desvaneció. Se acabó la fiesta para los medios occidentales y, por tanto, para el público occidental. Desde entonces, la mayoría de medios de comunicación afganos independientes y las organizaciones de la sociedad civil se han derrumbado, y solo algunas instituciones no gubernamentales locales sobreviven con una capacidad y unos recursos mínimos. Se ha producido una crisis migratoria hacia el exterior, que se suma a la provocada por los millones de afganos desplazados internamente. La inflación ha alcanzado un máximo histórico, mientras que el estancamiento económico y la paralización del sistema bancario debido a las sanciones internacionales agravan la crisis humanitaria.
Hay muchas maneras de analizar la tragedia que vive Afganistán bajo los talibanes, desde los abusos de…
