Para todas las elites “offshore” del planeta, el uso del inglés es el primer signo de diferenciación. Existe un vínculo lógico entre la sumisión voluntaria o resignada a la hiperpotencia americana y la adopción de su lengua como única herramienta de comunicación internacional. Ahora bien, el chino, las lenguas romances –si se promueve la intercomprensión en el seno de la gran familia que ellas forman– y mañana el árabe tienen la misma vocación de desempeñar paralelamente este papel. Es una cuestión de voluntad política.