Todo el mundo se felicita por la acusación de los responsables del golpe de Estado de 1973 en Chile o de los trabajos de la Instancia de Equidad y Reconciliación (IER) en Marruecos, que recoge los testimonios sobre los “años de plomo” (leer páginas 8 a 10). Sin embargo, a pesar de estas tardías revelaciones, se continúa torturando a lo largo y ancho del mundo. Y el 11 de septiembre ha puesto en cuestión el estado de derecho en Occidente. Mientras el ejército americano acaba de reconocer la muerte de una treintena de prisioneros confiados a su custodia en Afganistán e Irak, la CIA multiplica las operaciones de “deslocalización”, enviando detenidos en otros países a las cárceles del Magreb o de Oriente Próximo donde la tortura es moneda corriente.