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François Ruffin
En el curso de la campaña electoral francesa, el anuncio de un plan que prevé la supresión de diez mil empleos en Aerospatiale ha suscitado una cosecha de reacciones indignadas y sin consecuencias. Algunas semanas más tarde, la divulgación de la remuneración (más de 8 millones de euros) para Moël Forgeard, antiguo presidente-director general de Airbus, en el momento de su salida ha reanimado la cólera. Esta suma no representa, sin embargo, más que una fracción de la plusvalía del grupo Lagardère (del que ha salido Forgearde), cuando tuvo la premonición de ceder una parte de sus acciones del grupo aeronáutico poco antes de que Airbus anunciase grandes retrasos en su entrega. La indulgencia de la que se beneficia Arnaud Lagardère parece menos asombrosa cuando se conoce el papel determinante de su grupo en los medios de comunicación y las relaciones que mantiene con numerosos responsables políticos, en particular con Nicolas Sarkozy, quien le ha llegado a calificar de “amigo” y de “hermano”. En realidad, las dificultades de Airbus dan testimonio de la renuncia a una Europa industrial. Por otra parte, se anuncian planes de reestructuración, en particular en el sector del automóvil (en PSA Peugeot-Citröen, por ejemplo).
