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En septiembre de 2020, la Comisión Europea publicaba un nuevo Pacto de Migración y Asilo a modo de agenda de la presidencia de Ursula von der Leyen. Se instaba a las instituciones y otros actores a actuar, legislar y negociar en materias muy dispares. El lenguaje era ilusionante, pero el contenido era lamentablemente reactivo y continuista. El nuevo enfoque “fresco e integrador” resultaba ser más bien un remiendo de compromisos bilaterales entre la Comisión y cada Estado miembro, con una lógica más intergubernamental que europea.
Como era de esperar, un año después se ha consolidado el statu quo con un balance desigual, reflejo de la complejidad y disparidad de instrumentos normativos y actores implicados. Una mezcolanza de políticas de asilo, retornos y control de fronteras que genera confusión e incoherencias jerárquicas, competenciales y jurídicas. Los ejes del blindaje fronterizo, los retornos y la externalización de las fronteras son los que mayor empuje y consenso han obtenido. La ausencia de solidaridad se manifiesta en el estancamiento y retrocesos en materia de gestión y asilo, mientras falta valentía y visión política en migración legal e inclusión, elementos claves en la lucha contra el estrangulamiento del mercado laboral y el declive demográfico de Europa.
Control de fronteras exteriores El blindaje fronterizo, la deslocalización del control migratorio a terceros países y el retorno forman la piedra angular del pacto. La Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas (Frontex) desempeña un papel preponderante en su intrincado armazón, sumando este año la gestión y coordinación del retorno voluntario, recuperando además su papel central en los retornos forzosos. Mientras renace de su mayor crisis reputacional, Frontex continúa con el alistamiento y equipamiento de la guardia permanente de fronteras y costas que, a pesar de los retrasos y las disfuncionalidades internas, sigue su curso, ya…
