El proceso penal se ha convertido a lo largo de los siglos en un simple ceremonial con un contenido científico cada vez más escaso. Si en un tiempo confiábamos en la eficacia religiosa de los juramentos y en la inmediación para establecer la credibilidad de partes y testigos, hoy nos enseña la psicología del testimonio que ambas herramientas son erróneas. Además, le otorgamos a un no experto —el juez— la labor de criticar lo que dice un experto —el perito—, lo que no es científicamente asumible. Finalmente, el proceso no se está beneficiando de la enorme ayuda que, aún con prudencia, podría ya otorgarle la inteligencia artificial.