La orientación educativa no puede continuar instalada en el modelo de espera al fracaso (wait to fail model) y, menos, hacer responsable al propio alumnado. El coste personal, emocional y social que genera este enfoque es éticamente inasumible. La escuela del siglo XXI debe ser proactiva y anticiparse a la aparición de las dificultades, identificar el riesgo y proporcionar los factores protectores que hagan posible el éxito de todos los niños y las niñas.