El sueño ultraliberal de una Internet regulada únicamente por empresas privadas se está desvaneciendo. Los Estados, impotentes durante mucho tiempo ante la magnitud de un fenómeno que no llegaban a comprender del todo, están recuperando el protagonismo en el ámbito digital. Y cada vez ejercen una mayor influencia en la arquitectura física de la Red, objetivo clave del siglo XXI en cuanto a soberanía y poder, como lo fueron en el siglo XIX los cables telegráficos.