Los riesgos asociados al cambio climático, tanto los de carácter físico como los debidos a la transición a una economía baja en carbono, pueden afectar seriamente a la estabilidad financiera.
Ello obligará a desarrollar nuevas herramientas analíticas que integren escenarios climáticos alternativos en las pruebas de estrés de las entidades financieras, así como a integrar dichos riesgos en la estrategia y en la gestión de la actividad crediticia. El sector financiero tiene además la oportunidad de orientar los flujos financieros conforme a criterios de responsabilidad y sostenibilidad, y como sector profundamente imbricado en el tejido económico, tiene la posibilidad de promover los objetivos de la lucha contra el cambio climático. No es solo una cuestión de transparencia, vigilancia de los supervisores o reputación.
Es también una fuente de oportunidades ante los ingentes volúmenes de fondos que buscan proporcionar a los inversores seguridad sobre el destino “verde” de su inversión. A tal efecto, es importante intensificar el ritmo de aplicación de las medidas, diseñar un sistema de información transparente y auditado sobre los requisitos de calificación como “verdes” de productos y servicios, y desarrollar políticas públicas ambiciosas con recursos suficientes en forma de inversión pública e incentivos al sector privado.