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El más importante legado jurídico que nos ha dejado el Siglo XX ha sido el de los Derechos Humanos, cuya inherencia los convierte en una suerte de "piel jurídica de las personas", un patrimonio jurídico indisponible que tenemos desde el nacimiento hasta la muerte y que nos acompaña en todos los ámbitos en que se desenvuelve y desarrolla nuestra personalidad, también en el mundo del trabajo, trascendental para el libre y completo desarrollo de la plena ciudadanía. No en vano se habla comúnmente de "ganarse la vida", pues el trabajo es una de las formas de acceso a esa vida plena a la que todo ser humano aspira. Por ello, una expresión exitosa en el laboralismo, acuñada en la Era industrial y de todos bien conocida, es la que dice que" el trabajador/a no deja sus derechos fundamentales en la puerta de la empresa". Con ella se expresa, precisamente, la inherencia como carácter definitorio de los derechos fundamentales, también los de las personas trabajadoras. (...).
