Angélica Palacios
Se romperían las fronteras y nunca más el hombre volvería a estar solo. Las naciones se acercarían para conocerse unas a otras. Y la vida, la intimidad, los sentimientos propios de los humanos, y el conocimiento, se transformarían para convertirse en todo, menos en lo que son.
La prensa, que comienza a consolidarse a principios del siglo XVII; a finales del siglo XIX, el cinematógrafo; en las primeras décadas del siglo XX, la radio; la televisión un poco más tarde; y ahora Internet, han convertido a la realidad en ficción, y a lo ficticio en lo creíble: la cotidianidad.
Se ha hecho de la vida un producto, y a los productos se les ha dotado de vida. Me refiero a los productos comunicativos, esos que escuchamos, vemos y percibimos, con los que interactuamos, y hacemos nuestros al apropiarnos de ellos, porque son nuestra esencia, de ahí surgieron, y ahí se consumen.