Transcurridos ya ocho meses de la muerte del General iraní Qasem Soleimani, jefe de la Fuerza Quds de la Guardia de la Revolución Islámica (GRI), hay ya suficiente perspectiva como para hacer un análisis de las consecuencias que, a largo plazo, puede tener su ausencia. La eliminación de Soleimani por EEUU y la consiguiente reacción iraní ponen de manifiesto que no se trataba de uno más de los generales iraníes, sino alguien con un peso específico suficientemente relevante como para convertirse en objetivo de EEUU, pese al riesgo de escalada que entraña una acción de este tipo, y generar una reacción igualmente arriesgada por parte de Irán. La realidad es que, en los últimos años, Soleimani, como jefe de la Fuerza Quds), había sido capaz de forjar una red de alianzas en Oriente Medio, el denominado Eje de Resistencia, que se ha demostrado muy eficaz a la hora de articular la estrategia militar iraní en la región, consistente en utilizar medios indirectos para, manteniéndose en la zona gris, oponerse a EEUU y sus aliados sin comprometerse en un enfrentamiento militar abierto. La incógnita, a día de hoy, es hasta qué punto el Eje de Resistencia va a ser capaz de mantener su cohesión y eficacia. Si el músculo va a ser capaz de conservar su fuerza en ausencia de quien ha sido su cerebro y su corazón.