La gestión de la guerra civil libia ha puesto de relieve la pasividad de los Estados Unidos, pero sobre todo ha mostrado la proactividad de otros actores. Especialmente, la de Turquía, en escenarios que parecían insospechables desde hace un siglo, cuando colapsó el imperio otomano. Asimismo, ha evidenciado tanto las técnicas como los objetivos de Moscú, en el marco de un escenario de progresiva ampliación de su influencia en el mediterráneo. Aunque lo más relevante del caso es la comprobación de que, pese a las aparentemente buenas relaciones entre Erdogan y Putin, existen dilemas geopolíticos, de tipo estructural, que auguran una relación complicada entre ambos actores, sobre todo a medio y largo plazo. En ese sentido, el conflicto de Libia tiene resabios de déjà vu.