El festival de Woodstock, la cultura hippy y la vida de los años sesenta son recordadas por el autor como un momento en el que al mismo tiempo que el mundo corría el riesgo de desaparecer por una guerra nuclear, se tenía la fe de convertir la Casa Blanca en un albergue comunitario. Influenciada por este pensamiento, América Latina debía sin embargo hacer frente a problemas mucho más acuciantes que los que movían las protestas juveniles del mundo desarrollado.