Francisco Fernando Velasco García, José Francisco Escudero Moratalla
El poder de la invocación a la justicia es grande. Luchar por una causa justa fortalece y excita a una persona. Todas las guerras han sido libradas en nombre de la justicia y lo mismo puede afirmarse de los conflictos políticos entre clases sociales. El hecho mismo de esta aplicabilidad casi ubicua del principio de justicia, despierta la sospecha de que algo anda mal con una idea que puede ser invocada en apoyo de cualquier causa, y llegar a veces incluso, a la aberración de confundirla con la moral o la ética misma. La justicia no puede ser una pauta jurídico-política o un criterio último para juzgar una norma o un caso concreto. Afirmar que una norma es injusta, no es más que la expresión emocional de una reacción desfavorable frente a ella. La declaración de que una norma es injusta, no contiene ninguna característica real, ninguna argumentación, ni referencia a criterio alguno. La ideología de la justicia no tiene cabida, en un examen racional de las normas y de los supuestos concretos. Es necesario, pues, una superación de este dogmatismo justiciero y buscar un enfoque más racional a la solución de los problemas que se plantean. Por eso, un buen jurista nunca debería emplear la palabra «justicia» en sus argumentaciones… pero desgraciadamente no es así.