Una de las cuestiones fundamentales en torno a la que gira el pensamiento moderno es la de la relación entre economía y Estado. Mercado y política se presentan como dos entidades separadas y, a la vez, relacionadas y homomórficas; la ciudadanía no sería más que la proyección en el espacio político de los actores del mercado (vendedores y compradores) y éstos una reproducción en el espacio social de la economía del mundo de los ciudadanos. La conformación de ambos espacios sociales y su relación nos darían las claves de la modernidad; ningún otro espacio sería relevante. Este artículo se sitúa en el contexto de esa problemática y, al mismo tiempo, pone en cuestión los términos dominantes de su planteamiento. Pero el punto de partida y el objeto específico de su reflexión sociológica sólo es uno de esos espacios sociales: el del mercado; y, más en concreto y dentro de él, el de la relación salarial.