En 1851, un ingeniero llamado Bleriot conseguía unir Inglaterra con el resto de Europa con un cable submarino a través del canal de la Mancha. Con su misma técnica, en 1858, el viejo continente se unía también con el nuevo. El cable submarino sirvió no solo para consolidar la sincronización del mundo occidental entre las dos potencias más importantes, sino que instauró la primera gran noción de un orbe completamente conectado. Un hito histórico y una hazaña tecnológica de gran calibre cuya trascendencia fue más allá de la pura ingeniería. Desde aquel año de mediados del siglo XIX la red fundamental para las comunicaciones globales por cable no ha parado de crecer. Un siglo y medio después, y con la ingente cantidad de inventos que se han desarrollado, el cable submarino sigue siendo la solución más idónea para trasmitir información o electricidad.