El presidente bielorruso, conminado por la calle a abandonar el poder, ha cedido a las exigencias de Moscú, que pedía la organización de una reforma constitucional. Unas semanas antes, los contestatarios, sin olvidar el precedente ucraniano, rechazaban cualquier tipo de injerencia, esperando que bastaría solamente con su presencia para destituir al dirigente.