El declive de las "viejas regiones industriales" constituye uno de los problemas más difíciles que han de afrontar los gobiernos de muchos países industrializados. Los planes de revitalización, que han recurrido predominantemente a los incentivos a la localización de empresas y a la mejora de las infraestructuras, han tenido en general poco éxito. Es muy común que estos problemas se expliquen mediante lo que podríamos llamar una "teoría del capital social". Con ella se hace referencia (de manera casi tautológica) a una serie de condiciones "extraeconómicas", representadas como "mentalidades", "actitudes", "factores invisibles del desarrollo" o (preferentemente) "cultura", cuyo cambio se supone que debería añadirse a otras condiciones específicamente "económicas" para que tales planes puedan tener éxito. Pero esta problemática puede entenderse mejor si se parte de otra teoría que tome como puntos de referencia fundamentales los conceptos de sistema autorreferencial y de memoria sistémica. De acuerdo con ellos, cuando una formación regional está acostumbrada a identificar como la causa de su bienestar la capacidad de presión y negociación políticas, la puesta en marcha de más y más programas de incentivos a la instalación de nuevas empresas, unida al mantenimiento de las viejas e ineficientes industrias y al aseguramiento del nivel de renta de la región, en tanto se produce tal instalación, sólo sirven para revalidar la eficacia atribuida a una forma de causalidad económica que, en realidad, es un obstáculo decisivo para la transformación del sistema económico de las "viejas áreas industriales", pues su reto es, precisamente, pasar de ser sistemas estacionarios y políticamente estabilizados a ser sistemas capaces de elaborar estructuras disipativas y, con ello, de autoorganizarse.