El linaje de don José Antonio Pérez Porrúa me recuerda a su padre, del mismo nombre y apellidos, que fue un caballero, como el hijo, generoso, noble e inteligente. Y me hace recordar como ráfaga de viento memoria la colección Sepan cuántos, bautizada así por Alfonso Reyes y en la que por cierto he tenido el honor de escribir el prólogo de El hombre mediocre, de José Ingenieros, y la presencia galana tan grata a la vista y al alma del catalán Felipe Teixidor, que tradujo y escribió el prólogo de las famosas Memorias de la marquesa Calderón de la Barca (editadas obviamente por Porrúa), y que si la memoria no me falla era a tal grado devoto de los libros que en el comedor de su casa, en un anaquel apropiado, lucía la famosa Fisiología del gusto del abogado y político francés del siglo xix, epicúreo y gastrónomo exquisito, anthelmebrillat-savarin, y en la cocina las Memorias de cocina y bodega de Alfonso Reyes y Cocina mexicana de Salvador Novo y no descarto a propósito de epicureísmo que también tuviera La casa de lúculo, de Julio Camba. Así es como se aman los libros, con esa pasión y amor a la letra escrita.