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La participación femenina en la producción social capitalista ha sido objeto de diferentes trabajos, mismos que, sobre todo a nivel de la organización social contemporánea, han privilegiado cada vez realidades distintas del mismo fenómeno: la familia, la naturaleza biológica, el mercado ocupacional, etc. Algunos autores han hecho resaltar que todas las dificultades que, de hecho, inhiben la capacidad de la mujer para convertirse en fuerza de trabajo efectiva en el mercado se deben al papel fundamental que la sociedad le impone dentro de la familia. El argumento aportado es que para mantener la solidaridad familiar y su función integradora y socializadora, es necesario que un solo miembro (el marido) ingrese en el mercado de trabajo, preservando así la unidad básica de la sociedad en general y de la burguesa en particular. De esta manera se consideraría la estructura familiar independiente y al margen de la estructura productiva capitalista, ignorando que las leyes que gobiernan el desarrollo de las fuerzas productivas superan las barreras familiares, y que el factor que determina el contingente a ser absorbido —de manera directa o indirecta— es, en última instancia, el capital como relación social de producción.
