La falta de confianza y la brecha geopolítica fomentan un ‘decoupling’ tecnológico que pone en riesgo la globalidad del ecosistema de internet como lo conocemos ahora.
En 2019 se cumplieron 30 años de la World Wide Web y 45 años del protocolo IP. Ambos fueron fundamentales para crear internet, un espacio global e interconectado que ha abierto la información a miles de millones de personas y ha revolucionado nuestros sistemas económicos y sociales. Si “el mundo es plano” como dijo Thomas Friedman en 2005 para describir la globalización de las economías, lo es, sobre todo, gracias a internet. Muchos estudios han demostrado que aquellas regiones que intercambian gran cantidad de datos, desarrollan también más comercio.
Hoy el mundo digital de los flujos de datos vive en simbiosis con el mundo analógico del comercio. En un futuro no muy lejano, el comercio va a ser cada vez más digital, cuando por ejemplo impresoras 3D produzcan piezas en cualquier país basadas en diseños hechos al otro lado del mundo gracias a la transferencia de datos a través de internet. Cada vez más nuestra actividad económica va a estar basada en esta infraestructura compartida de internet que se ha convertido en la piedra angular de la economía globalizada actual.
Ahora bien, ya desde los años noventa este espacio global comenzó a fragmentarse en su “capa social”. El ejemplo más famoso es el Proyecto Escudo Dorado de China, más conocido como Great Firewall que se ideó en 1998 (año de nacimiento de Google) y empezó a ser operativo en 2003. El objetivo era regular y limitar el uso de internet, basado en la vigilancia y censura de actividades y aplicaciones, creando un gran cortafuegos para internet en China. Otros países, la mayoría con sistemas autoritarios, han seguido su ejemplo, revisando la promesa de internet como un acelerador de sistemas democráticos y sociedades abiertas que empodera a las personas para transformarlo en un sistema que ofrece mecanismos de control social y vigilancia nunca vistos en la historia de la humanidad. Es un hecho que hoy lo que se puede hacer en la Red varía sustancialmente según los países. Como era previsible, los Estados y el sistema westphaliano se han impuesto sobre John Perry Barlow, quien en su Declaración de Independencia del Ciberespacio, de 1996 en Davos, aseveró: “No tenéis soberanía donde nos reunimos”.
En contraste, la capa de tecnología y lógica de internet –la infraestructura, el hardware, el software y los protocolos– son los mismos en todo el mundo. Tanto en China como en Europa o Estados Unidos se usan móviles fabricados con microprocesadores diseñados en Europa y producidos en Taiwán, con discos duros de Corea del Sur y sistemas operativos desarrollados en EEUU. Todos ellos usan redes de telecomunicaciones desarrolladas y fabricadas en Europa y China. Las aplicaciones y marcas pueden variar, pero la base tecnológica, los estándares y, en definitiva, la tecnología, sigue estando globalizada.
Esto no siempre ha sido así. Por ejemplo, en la historia del mundo móvil anterior al estándar 4G, que es global, existían gran variedad de estándares. En la primera generación móvil (analógica) se desarrolló una tecnología específica país a país. En Europa coexistían el sistema NMT, adoptado en Noruega, Holanda y Rusia; el TACS en Reino Unido, el TMA en España, Radiocom 2000 en Francia o el RMTI en Italia. Ninguno de ellos se adoptó en EEUU, que desarrolló el AMPS, ni en Japón, con el JTACS. En la segunda generación móvil (2G) la tecnología se concentró en pocos estándares, destacando el europeo GSM que convivió con el CDMA y el TDMA como los más relevantes. Ya en la tercera generación (3G) se desarrolló un estándar mundial único fruto de la colaboración en la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT): el UMTS. Aunque no fue adoptado a escala mundial, sirvió como puente para el 4G; la primera vez que se desarrolló un estándar móvil mundial, tras más de 25 años de desarrollo tecnológico. Y hasta hace poco, la tendencia era la misma para el 5G.
Sin embargo, esta aspiración de globalización de la infraestructura tecnológica se está revirtiendo. Se puede decir que estamos frente a un proceso en el que los gobiernos y las políticas están revisando el mundo globalizado de la tecnología y fragmentando internet no solo en su capa social sino también en su base tecnológica. En noviembre de 2019 se celebró en Berlín la decimocuarta edición del Internet Governance Forum (IGF), la mayor conferencia de gobernanza de internet, en el que el decoupling tecnológico, o desacoplamiento fue el asunto político más relevante. En su discurso de apertura, la canciller alemana, Angela Merkel, reconocida como gran defensora del comercio internacional y los mercados abiertos, hizo una declaración a favor de una autonomía europea en el mundo digital: “La soberanía digital no significa proteccionismo o que las autoridades estatales digan qué información puede ser difundida, censura en otras palabras; más bien, describe la capacidad tanto de los individuos como de la sociedad para dar forma a la transformación digital con autonomía e independencia; es decir, con autodeterminación”. A continuación, el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, identificó acertadamente lo que denominó “brecha geopolítica” como el riesgo más relevante que está fragmentando internet.