Retrocedemos a principios del pasado octubre, pocas semanas antes del estallido social que sacude a Chile a lo largo y ancho de su geografía, y que en el momento de escribir estas líneas suma veinte muertos, miles de heridos, cientos de ellos mutilados al perder un ojo, una cifra desconocida de detenidos, gravísimas evidencias de torturas, agresiones sexuales y otras atrocidades cometidas por los carabineros y las tropas del ejército. Muy poco antes de todo esto, el presidente chileno Sebastián Piñera definía al país como “un oasis” de paz y tranquilidad en medio de un continente convulsionado.