Los países de América Latina y el Caribe afrontan diversos desafíos para insertarse en un mundo globalizado a partir de políticas propias que afirmen la integración regional y posibiliten un desarrollo sostenible. La existencia del MERCOSUR forma parte de estas políticas y ha probado su posibilidad articular algunos programas respetuosos de la diversidad y de los procesos identitarios de cada país, los que antes que competir con los de otras subregiones del continente, aportan a una experiencia regional cada vez más compartida. En ese contexto se inscriben también los acuerdos de cooperación con la Unión Europea. Pero si en la UE estuvo presente un ideario de integración económica y política en la mayor parte de las gestiones emprendidas por sus gobiernos, en el plano regional latinoamericano ese ideario ha sido hasta hoy muy escaso en la mayor parte de las burguesías locales, las que históricamente sólo entendieron la regionalización como una forma de construir un mercado grande con dependencia.
Sin subvalorar la importancia de estos proyectos hegemonizados por el economicismo, cualquier ideario realmente integracionista debería de colocar en primer término propósitos tales como la paz, la independencia, la justicia social, el respeto a las identidades culturales, el desarrollo integral. Porque la integración nunca es un fin en sí misma: de ser así, ella se agotaría en su mera realización. Para que cumpla sus finalidades esenciales debería ser formulada “desde adentro” y convenida “desde abajo” con la participación de todos, antes que estar marcada por un “desde arriba” o un “desde afuera”.
The countries of Latin America and the Caribbean are facing many challenges as they attempt to partake of the globalised world on the basis of policies whose aim is regional integration and the facilitation of sustainable development. The existence of MERCOSUR is one result of these policies and the organisation has already demonstrated its ability to articulate programmes that respect diversity as well as the identitarian proceedings of each country. Those who were previously forced to compete with other sub-regions of the continent now bring to the table an increasingly shared regional experience. During the same period, however, cooperation agreements have been signed with the EU and whilst the latter seems to wish to attain –via the changes implemented by European governments– economic and political integration, in Latin America the same idea has hardly caught on at all amongst the local bourgeois classes, who historically have only understood regionalisation as a way to create a large, but dependent, market. Without wishing to undervalue the importance of such projects –which have nevertheless been hegemonised by economism–, I would say that any truly integrationist programme must begin with aims such as peace, independence, social justice, respect for cultural identities and full-scale development. Integration is never an end in itself. If it were, it would be exhausted as soon as it was carried out. In order, then, that integration achieve its essential ambitions, it must be formulated “from within” and the impetus come “from below” and with the participation of all, instead of being defined by a logic of “from above” or “from outside”.