La Gran Recesión generó una enorme presión entre la política democrática y las exigencias de la gobernanza económica. Ahora padecemos sus contradicciones.
En 2014, durante el periodo más duro de la Gran Recesión, se conmemoró el centenario del comienzo de la Primera Guerra Mundial. Se repitieron algunas de las preguntas planteadas un siglo atrás y que seguían siendo pertinentes: cómo termina un periodo de gran moderación económica; cómo crecen riesgos colosales que se comprenden poco y apenas resultan controlables; cómo se desarrollan los grandes movimientos tectónicos del orden global y se transmutan en terremotos repentinos; cómo ocurre que marcos de referencia anacrónicos imposibiliten entender qué está pasando a nuestro alrededor. ¿Entramos en una crisis sin darnos cuenta, o había fuerzas que empujaron hacia ella? ¿Cómo afectan las pasiones de la política popular –los animal spirits de John Maynard Keynes– a las decisiones que adoptan las élites? En definitiva, ¿se puede alcanzar una paz y estabilidad perpetuas? El historiador británico Adam Tooze ha dedicado un enorme esfuerzo a tratar de responder estas y otras cuestiones en su libro Crash. Abundando en páginas cuyo contenido solo podrá ser entendido por especialistas en economía es, paradójicamente, un texto que va más allá de la economía: plasma la Gran Recesión de principios del siglo XXI, así como el comienzo de un cambio global. En 2009, el presidente de Toyota reconocía: “El cambio que ha afectado a la economía global es de tal magnitud que solo sucede una vez cada 100 años (…) Nos enfrentamos a una emergencia sin precedentes”.
Crash. Cómo una década de crisis financieras ha cambiado el mundo Adam Tooze Barcelona: Crítica 2018, 782 págs