La estrategia de EEUU de ahogo económico no doblegará la resistencia iraní. La actitud de Washington y la pasividad de Bruselas empujan a Teherán a hacerse con el arma nuclear.
La pelea por el liderazgo en Oriente Próximo debe de ser tan vieja como el asentamiento humano en la zona. Y en esa pugna no solo hay que tenar en cuenta los intereses de los actores locales sino también, desde hace ya mucho tiempo, los de diversas potencias globales, sea en el contexto de la colonización europea, de las dos guerras mundiales, de la guerra fría o de la histórica apetencia foránea por seguir controlando sus importantes reservas de hidrocarburos.
Sin remontarnos al principio de los tiempos, es el statu quo impuesto principalmente por Londres (y París) hace ahora un siglo y rematado después por Washington, el factor que está en el origen de muchos de los conflictos y problemas que, con distinta intensidad, se viven todavía hoy. Y sin rebajar en ningún caso la importancia de situaciones tan inquietantes como las que se viven en Yemen, Siria, Palestina o Irak, no hay duda de que el foco principal de atención está hoy centrado en el duelo que define a Irán como la pieza mayor de una cacería liderada por Washington, en compañía de Tel Aviv, Riad y algunos otros.
Prólogo Para las potencias europeas la descolonización forzada por una dinámica histórica imparable conllevó la pérdida del control físico de unos territorios generosamente dotados de hidrocarburos que, bien como fuentes de suministro o como vías de tránsito, ya resultaban entonces vitales para el sostenimiento de los modelos de vida occidentales. En consecuencia, la diplomacia occidental diseñó, en colaboración con líderes locales sumisos a los dictados de las antiguas metrópolis, un nuevo statu quo que fragmentó el mundo árabo-musulmán en Estados artificiales y estructuralmente débiles, convirtiendo a Israel en el gendarme regional, a Arabia Saudí en el moderador por excelencia de los mercados mundiales de petróleo y a Irán en un socio fiable. Fiable hasta que, en 1979, el ayatolá Jomeini logró deponer al sah Mohamed Reza Pahlevi, dando un drástico giro hacia un modelo revolucionario que cuestionaba directamente dicho statu quo y, por tanto, los intereses occidentales en la región.
Convertido desde entonces en una amenaza al orden imperante, Irán pronto se encontró sumido en la primera guerra del Golfo (1980-1988), con Irak transformado en el ariete elegido por Occidente para echar abajo a quien, desde entonces, se ha visto como un enemigo al que es necesario derribar para volver, ilusoriamente, a reconstruir el marco original. Un marco, no lo olvidemos, diseñado no para promover el bienestar, la democracia, el Estado de Derecho o la seguridad de sus habitantes, sino más bien para garantizar el control hegemónico occidental, ya con Estados Unidos a la cabeza desde mediados de la década de los cincuenta. Como resulta bien conocido, la visión occidental sobre el mundo árabo-musulmán ha puesto (y sigue poniendo) la estabilidad por encima del desarrollo…