En México, los cambios económicos desde el último cuarto del siglo XIX fueron notables por la reactivación del crecimiento gracias a la expansión del sector minero, que creó un ambiente más próspero y facilitó el acceso a fuentes de financiamiento público y privado. El apoyo fiscal indirecto ayudó también a la construcción de vías férreas. Todo esto generó un auge exportador que realimentaría el proceso de crecimiento del mercado y la expansión productiva (Cárdenas, 1995; 264 y 268). Las inversiones extranjeras, por su parte, crearon una estructura productiva más compleja y sofisticada de ferrocarriles, plantas eléctricas, yacimientos mineros, fundiciones y refinerías de productos básicos. Sin embargo, si se analizan con más detenimiento los efectos, ellos fueron superficiales en el ámbito del cambio de las habilidades y conocimientos industriales de la fuerza de trabajo.