Pese a las sugerencias mediáticas de que asistimos a una nueva burbuja especulativa inmobiliaria, tanto el desendeudamiento de los hogares asociado a la compra de vivienda como la disminución de la exposición al ladrillo por parte de la banca dan muestra de que difícilmente nos encontramos ante una burbuja comparable a la anterior. Sí existe, no obstante, una reactivación del mercado inmobiliario de la mano de nuevos inversores que, sin apenas recurrir al crédito, han venido dirigiendo sus compras hacia viviendas o inmuebles ya construidos, aprovechando el desplome de los precios posterior a la última burbuja. Al mismo tiempo, la mayor precariedad laboral y la reducción del riesgo inmobiliario de las entidades financieras han dado lugar a un aumento inusual de la demanda en el estrecho mercado del alquiler, concentrado además en las zonas más pobladas y coincidiendo, en ocasiones, con la presión inusual de los alquileres turísticos. Ante este panorama, resulta urgente una reconversión del modelo inmobiliario español orientada a dar uso más eficiente del sobredimensionado stock inmobiliario con que cuenta el país y a facilitar a la vez la desinversión inmobiliaria que necesitan las personas y entidades propietarias más endeudadas y/o necesitadas de liquidez.