Itxaso Domínguez de Olazábal
La bantustanización hace imposible la independencia y estatalidad de Cisjordania. Para las nuevas generaciones lo que importa no son las fronteras, sino los derechos.
Una de las lentes más interesantes para analizar los últimos años de la situación en la Palestina histórica es el arte en general, la ciencia ficción en particular. La artista Larissa Sansour creó la primera trilogía palestina de cine de ciencia ficción, en la que destaca Estado nación (2012). La película destina un Estado palestino recientemente establecido a un alto edificio ubicado en el centro de Cisjordania, donde cada piso alberga una ciudad diferente. Ambientando su obra en un futuro (próximo) distópico que interpela al presente, Sansour ofrece así una solución a las demandas palestinas e internacionales de crear un Estado-nación, mientras arroja luz sobre la realidad de un territorio cada vez más exiguo y una sociedad presa del neoliberalismo más feroz. Los palestinos existen y resisten, y su presencia es visible, pero a la vez fácil de obviar. Se han visto sentenciados a un gueto, eso sí, con todos los lujos imaginables, donde no existen oportunidades de contacto con sus vecinos y la causa palestina se ha folclorizado como si de un parque temático se tratara. La situación palestina se suspende entre pasado, presente y futuro, y una profecía eterna intenta cerrar los ojos a un presente insostenible. El apocalipsis ya habría tenido lugar en Palestina, no como un cataclismo, sino en virtud de la cotidianidad de los hechos consumados.
Podría decirse que el Estado de Israel y el pueblo palestino simbolizan hoy las archiconocidas dos ciudades dickensianas, “la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación”. Así, las elecciones legislativas celebradas en Israel el 9 de abril no representaron tanto el fin de la democracia liberal como la confirmación de que la gran mayoría de la sociedad israelí, y sus líderes en atenta escucha, ni siquiera se plantean superar el statu quo en el que ven inmerso el conflicto palestino-israelí. Statu quo para unos, presente distópico para otros.
La “cuestión palestina” –asuntos en apariencia tan esenciales como los derechos de los palestinos, el fin de la ocupación o la puesta en marcha de negociaciones de paz– ha sido completamente silenciada –en ocasiones, demonizada– a lo largo y ancho del espectro político. Cuanto más centrista es la formación, con mayor frecuencia recurre a eufemismos como “principio de separación”, “transferencia de población” o “control territorial por razones de seguridad”. Resulta muy difícil identificar izquierda y derecha cuando pueden contarse con los dedos de una mano los líderes israelíes que a lo largo de la historia han aceptado el establecimiento de un Estado palestino en línea con lo establecido por el Derecho Internacional. No es que los ciudadanos israelíes no quieran la paz, sino que la gran mayoría cree que es imposible alcanzarla –tras esfuerzos y concesiones gigantescas por parte de sus autoridades– y esperan que el problema desaparezca por sí solo, o a resolverlo cuando llegue el momento, asumiendo que esto ocurra…