El motor franco-alemán flojea en un momento crítico, con las fuerzas antieuropeas erigiendo a Macron como el enemigo a batir. ¿Pasará Francia a ser el llanero solitario de Europa? Las bambalinas de la vida política en Bruselas han tenido su buena dosis de animación en los últimos meses. Se cotilleó sobre un posible trato de favor entre altos funcionarios, el Selmayrgate; se vivieron momentos acalorados con el nuevo gobierno italiano a raíz de las recomendaciones presupuestarias –vinculantes– que brinda cada año la Comisión con lo que se conoce como el Semestre Europeo; y la propia Comisión puso el turbo en materia de política comercial (Vietnam, Japón, México, Mercosur, Chile, Singapur…) espoleada como nunca por la lógica del “todos contra todos” iniciada por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Y, obviamente, se han vivido momentos inolvidables con el gobierno británico, tal vez uno de los menos propensos a hacer el ridículo diplomático en los últimos 40 años, pero que parece dispuesto a recuperar el tiempo perdido a grandes zancadas, gracias a la riña familiar en la que se ha convertido el Brexit.
La intra-historia europea está repleta de estos pequeños sobresaltos, aunque de vez en cuando algunos esconden pequeñas revoluciones que anticipan un cambio profundo en el ordenamiento político comunitario. Uno de esos momentos ocurrió a finales de noviembre de 2018, en una cena entre Bruno Le Maire, ministro francés de Economía, y Wopke Hoekstra, su homólogo holandés. En el momento más inesperado, con los cafés, el gobierno galo criticó por primera vez, y de forma extensa delante de medios de comunicación, lo que se ha empezado a denominar la “nueva Liga Hanseática”. El nombre hace referencia a la unión comercial que establecieron varias ciudades del norte de Europa en 1358, en lo que se estudia hoy día como una de las primeras tentativas de crear una federación que trascendiera las delimitaciones geopolíticas europeas de la época. Una especie de unión continental antes de tiempo.
La nueva versión de la Liga Hanseática solo ha empezado a institucionalizarse en 2018 (los cónclaves discretos empezaron en 2017), pero puede revestir una importancia crucial. El grupo de Estados que la forman (Países Bajos, Irlanda, Finlandia, Dinamarca, Suecia, Lituania y Letonia) se han conjurado para retomar la estela de Wolfgang Schäuble, y en menor medida la de David Cameron, para convertirse en un actor imprescindible en asuntos como la reforma de la zona euro, la última pata de la unión bancaria o el próximo marco presupuestario 2021-27.
La lógica no es nueva en materia de diplomacia europea: las negociaciones intergubernamentales en el Consejo Europeo han estado siempre marcadas por alianzas más o menos veladas. La novedad es que nunca antes un grupo de “enanos políticos” –reciclando la conocida apelación de Henry Kissinger– se había atrevido a emanciparse del sacrosanto motor franco-alemán para ejercer algún tipo de poder decisivo. En este sentido, los celos anecdóticos de Le Maire criticando la lógica de “clubes dentro del club” esconden en realidad un desafío mucho más hondo para el gobierno francés: encontrar la forma de dar una salida efectiva al liderazgo de su presidente, Emmanuel Macron, en la era pos-Brexit y pos-Angela Merkel. El dilema tiene algo de contradictorio. Justo ahora que Francia ofrece un líder marcadamente proeuropeísta es cuando la Unión atraviesa un cierto fin de siècle en los equilibrios internos. En cualquier caso, para Macron y para la diplomacia francesa en general, el dilema se tornará rápidamente en callejón sin salida. ¿Se ha convertido el Hexágono en el llanero solitario de Europa? ¿Los nuevos hanseáticos son un ejemplo creíble de cómo funcionará la política comunitaria en un futuro próximo? ¿Hay vida después del couple franco-allemand?…