La República Islámica vive un choque entre lo que quiso ser, lo que dice ser y lo que es. La presión social ha liderado cambios inconcebibles para el estático régimen instaurado en 1979.
La historia se repite cada tarde. Sara se detiene frente a una de las librerías del céntrico bulevar Keshavarz en Teherán, desenfunda su setar y comienza a tocarlo con la maestría que perfeccionó durante años en la facultad. “Decidí tocar música en la calle para demostrar que existo y también para ayudar a hacer una reflexión sobre lo que una mujer puede hacer en la sociedad”, dice esta joven de 27 años proveniente de Hamedan, en el occidente de Irán. Lo suyo es un acto revolucionario en una República Islámica que, 40 años atrás, intentó eliminar cualquier expresión social lúdica. Para entonces era inimaginable que una mujer pudiera cargar por la calle libremente su instrumento musical –prohibidos en los primeros años–, mucho más tocarlo en el centro de la capital, a la vista de las autoridades que le han llegado a reconocer, siempre en voz baja, que les gusta su música. “Creo que si la situación para las mujeres ha cambiado a través de estos años es por sus propios esfuerzos”, concluye Sara. Su historia podría ser vista como una metáfora de esta República Islámica que, desde su creación en 1979, pero especialmente desde el fin de la guerra con Irak (1988) y la muerte del ayatolá Jomeini (1989), ha vivido en un permanente choque entre lo que quiso ser, lo que dice ser y su realidad.
La lucha por detener el movimiento de las mujeres que hace un año izaron el velo en la avenida Enquelab como símbolo en contra del uso obligatorio del hiyab, y que terminó con la detención de muchas de ellas –incluida la reconocida abogada Nasrin Sotoudeh, que asumió su defensa–, es un ejemplo de cómo la presión social ha liderado cambios entonces inconcebibles para los fundadores de la República Islámica. De todas las imágenes que circularon en las redes sociales, la que mayor indignación despertó fue la de un policía empujando violentamente a una de las jóvenes que izaba su velo sobre una torre de electricidad.
Ese intento desesperado –“infantil”, como lo describió Sotoudeh en aquel momento– de las autoridades por eliminar cualquier acto de simbolismo en contra de la imposición del velo contrasta con la imagen cada vez más frecuente de mujeres con el pañuelo caído caminando por las calles ya no del norte de Teherán –el sector de clase alta de la capital, donde en la década de los noventa empezaron a verse los primeros cambios sociales–, sino en el centro de la ciudad, en las mismas calles donde se luchó por la revolución 40 años atrás. Dejar caer el velo ha pasado a formar parte de ese grupo de comportamientos sociales, todavía prohibidos, sobre los que existe un acuerdo tácito entre el régimen y la sociedad mientras no se conviertan en un acto de militancia.
Transformaciones y conflictos internos Irán es hoy un país sumido en una serie de transformaciones sociales y económicas profundas, que rompen con todos los preconceptos de aquel régimen estático con el que se identificó durante sus primeras décadas. Miles de tabús se han roto desde entonces, a pesar de que instituciones como la radiotelevisión pública pretendan mostrar una realidad que no corresponde a lo que se ve y se oye en las calles. Pero este proceso está marcado por incertidumbres. Los pactos no escritos entre el sistema y la población pueden romperse repentinamente y sin explicación, dependiendo del ambiente político del país y de la voluntad de cooperación de la autoridad de turno. Las líneas rojas del régimen nunca han sido uniformes ni constantes, lo que incrementa entre la población la sensación de inestabilidad y falta de claridad respecto al futuro.
La represión sobre diferentes sectores aumenta o disminuye cíclicamente, dependiendo de factores tan diversos como la intensidad de disputas políticas internas, la presión que quiera ejercer el sector más radical sobre el gobierno de turno, el protagonismo que adquieren ciertos asuntos –como ha pasado últimamente con la sequía que azota el país–, lo amenazado que se sienta el régimen o el nivel de alerta de los servicios de inteligencia. Esto lleva a que la represión no solo oscile, sino que varíe de objetivos en función de las circunstancias: algunas veces periodistas, otras activistas por los derechos humanos, intelectuales, estudiantes, abogados o minorías. Últimamente se ha ejercido contra activistas de medio ambiente, los ciudadanos con doble nacionalidad, investigadores y comerciantes, entre otros …