Juan Claudio de Ramón
¿Qué explica el declive del voto soberanista en Quebec? Ante una estrategia transaccional fallida, Canadá optó por la vía transformadora, otorgando al país un nuevo relato integrador.
El motivo de la atención que prestamos los españoles a Quebec no es ningún secreto: durante décadas hemos sentido las tribulaciones existenciales de Canadá y de su díscola provincia como un reflejo de nuestro drama de familia. Si durante lustros pareció que el riesgo de ruptura de la unidad nacional era mayor en Canadá que en España, las tornas se han girado. La crisis secesionista arrecia en Cataluña mientras en Quebec, a la vista de los últimos resultados electorales, la marea soberanista entra en fase de reflujo. Es así natural que nos preguntemos qué ha funcionado allí para serenar las aguas, en la esperanza de que nuestros males también tengan remedio.
La cábala debe iniciarse con un sumario de las elecciones de octubre de 2018, en las que ganó un nuevo partido, la Coalition Avenir Québec (CAQ), liderado por François Legault, exministro provincial del soberanista Parti Québéquois (PQ). Una formación que, interpretando correctamente la fatiga de los electores en materia “nacional”, se ha presentado al electorado como una plataforma de carácter nacionalista contraria, sin embargo, a la separación de Canadá, o favorable, cuanto menos, a una larga moratoria sobre la cuestión. Rechazando de este modo la celebración de un tercer referéndum de independencia, pero también la etiqueta de “federalista”, Legault, antiguo secesionista, ha dedicado los siete años transcurridos desde la creación del CAQ en 2011 a abrir una cuña entre el federalismo del Partido Liberal de Quebec (PLQ) y el soberanismo del PQ y otras siglas más a la izquierda, como Québec Solidaire (QS). El resultado es la cosecha de 74 de los 125 escaños de la Asamblea Nacional de Quebec, el 37,4% de los votos y la posibilidad de gobernar en solitario. La oposición oficial recae en el destronado PLQ, con 31 escaños y un 24% de los sufragios. PQ y QS, los partidos soberanistas, obtienen, respectivamente, un 17% y un 16% de los votos que se traducen en 10 escaños para cada uno.
De estos comicios el rasgo más destacado ha sido ampliamente anotado: se trata de las primeras elecciones en 40 años (desde la primera victoria del PQ en 1976) en que el estatuto de Quebec dentro de Canadá no ha sido asunto de campaña. Esto es: tras el anuncio de Jean-François Lisée, líder del PQ, de que un nuevo referéndum sería en todo caso aplazado a una conjetural segunda legislatura, por vez primera en cuatro décadas, los quebequeses han ido a las urnas pensando no en la separación de Canadá o su permanencia en la federación, sino en la economía, el empleo, la familia, la sanidad, la inmigración o las infraestructuras: asuntos graves pero no existenciales.
Fuera de la provincia, el resto de canadienses no ha tenido que contener la respiración hasta conocer los resultados. Esta vez no había riesgo de ser invitados a subir a la montaña rusa soberanista. El clima de distensión general se ha dejado notar también en la participación: un 66,45%, la más baja desde 1927. Que los reflectores no apuntaran al debate entre federalismo y soberanía facilitó también la celebración de un debate televisivo en inglés, novedosa deferencia hacia el 13% aproximado de quebequeses que se autodescribe como anglófono. El PQ, que desde el gobierno provincial organizó dos referendos de independencia en 1980 y 1995, sumiendo a Canadá en un abismo constitucional, ha obtenido sus peores resultados desde su creación por el mítico René Lévesque. Completemos el cuadro con este dato: el Bloc Québequois, formato y nombre del PQ cuando concurre a las elecciones generales, tiene actualmente tan solo 10 diputados en el Parlamento federal de Ottawa, lejos de la cincuentena que obtuvo durante dos décadas.
«España y Canadá son países muy diferentes con un problema muy similar. Las diferencias están en la historia, pues el proceso formativo de ambos Estados no tiene nada que ver» A la vista de estos resultados, la pregunta es pertinente: ¿se ha clausurado en Canadá el largo ciclo de inestabilidad constitucional iniciado en los años sesenta del siglo XX al albur de la révolution tranquille en Quebec? Tras haber vivido en el país y estudiado el caso, he expuesto en otros lugares mi impresión de que Quebec no será independiente y de que tampoco veremos un nuevo referéndum de independencia. Pospongo para unos párrafos más abajo explicar las razones que me amparan y, sin embargo, advierto: es una creencia, no una certeza. Entre la plétora de análisis optimistas, me llamó la atención que Conrad Black, antiguo magnate de la prensa, escritor de mérito, y quebequés, se apartara del consenso general en un artículo en el National Post. La pieza, titulada “Canadá no se ha percatado, pero el nacionalismo quebequés ha vuelto”, sugería que, bajo la superficie visible, los patrones de voto de las elecciones aseguran la reemergencia de la cuestión separatista en el futuro. Dice Black: si un 30% de los quebequeses vota a partidos abiertamente separatistas (PG y QS) y un 40% opta por un partido dirigido por un antiguo independentista cuya lealtad a la federación es ambigua en el mejor de los casos –el CAQ, lo más parecido en términos españoles a la CiU de Jordi Pujol– entonces mal harán los canadienses en pensar que el problema está resuelto.
Canadá y España: ecos y espejos Al contrario de lo que supone el tópico, las comparaciones no son odiosas. Son, más bien, eficaces vías de conocimiento. Al mismo tiempo, como saben los lógicos y avisan los juristas, los razonamientos por analogía son variantes débiles y poco concluyentes de silogismo, y nunca pueden tomarse como artículo de fe. Vale decir: antes de cotejar, hay que tomar cautelas, siquiera para precaverse del feo vicio que consiste en comparar a beneficio de inventario o, como diría un castizo, arrimar el ascua a la sardina propia.