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Luis Gómez Rufián
En fechas recientes han sido publicados los datos definitivos de la negociación colectiva así como del índice de Precios del Trabajo para el año 2016. Esta coincidencia permite revisar cuál ha sido la evolución conjunta de los salarios negociados, dato aportado por la Estadística de Convenios Colectivos, frente a los salarios efectivos, es decir, los que, tomando esos primeros como punto de referencia, pueden verse incrementados, por ejemplo, por la aplicación de pluses ordinarios, pluses derivados de retribución variable, etc., o, a la contra, reducidos por la aplicación de medidas de flexibilidad interna como las inaplicaciones de convenios. De esta contraposición surge el concepto de «deriva salarial>" que será «positiva» en el primer caso y «negativa» en el segundo, y que, como puede intuirse, es denotatíva del grado de flexibilidad salarial que puede caracterizar al sistema de negociación colectiva. Sin embargo, los salarios efectivos pueden ser medidos bien mediante estadísticas tradicionales como, por ejemplo, la Encuesta Anual de Estructura Salarial o la Encuesta Trimestral de Coste Laboral que, sin embargo, adolecen de distorsión por «efecto composición» en el empleo, o, por el contrario, mediante el mencionado índice de Precios del Trabajo, neto de la misma, lo que permite calibrar con mucha mayor precisión la medición de las «derivas salariales». Así, el resultado esencial del estudio, al corroborar la tónica general de la «deriva salarial negativa» es el de que el sistema de negociación colectiva poseía, en realidad, un grado de rigidez salarial mucho menor del que se venía considerando -incluso antes de la reforma laboral de 2012-, sobredimensionamiento causado, precisamente, por la utilización de indicadores que no descontaban esta distorsión
